lunes, 22 de agosto de 2016

Nuevo fragmento de LA SOMBRA DEL DINERO

Al entrar, pidieron las llaves en recepción y tomaron el ascensor, marcando el séptimo piso como destino. Ryan,  la contempló fijamente, percatándose de lo hermosa que era, a pesar de tener el pelo totalmente desaliñado y empapado. Se acercó a ella y rozó sus labios con sensualidad, pasando la lengua lentamente por la textura de esa piel carnosa. Ella respondió al beso, aferrándose, por primera vez, a su fisonomía. El deseo se fue adueñando de ambos cuerpos, incapaces de controlarlo. El ascensor estaba a punto de llegar a la planta. Él se adelantó, y pulsó el botón de parada, de modo que el pequeño habitáculo se detuvo en algún lugar del recorrido. Graciela permitió que la acariciara, que la besara con deseo hasta que, por su mente, se cruzó la imagen de Marcos, su difunto marido.
¡Lo siento, no puedo hacerlo! ­­–confesó, echándose hacia el lado contrario al que estaban.
¡Pero si estabas respondiendo al beso! –expresó con voz apenada–, ¡y a mis caricias!
¡Lo sé, y por eso lo siento! –se tapó la cara con las manos y respiró profundamente–. Es muy pronto para mí, Ryan. Al besarte, abrí los ojos y vi el rostro de mi marido –se sinceró. Varias lágrimas resbalaron por sus mejillas.
¡Cariño, ven aquí! –se acercó a ella para abrazarla–. No huyas de mí. Yo jamás te haré daño y esperaré todo el tiempo que haga falta. No tengo prisa.
¡Era mi marido y alguien me lo arrebató, y eso no se olvida tan fácilmente! −con el puño dio varios golpes en una de las paredes del ascensor–. ¡No puedo prometerte nada!

Es totalmente comprensible, cielo –sostuvo él, rodeándola con fuerza. 

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