lunes, 4 de enero de 2016

Capítulo X de NO ME DEJES AHORA

CAPÍTULO X
La zona era tranquila y soleada, con pocas casas alrededor. Delante del portal de acero, totalmente ciego, había estacionado un vehículo con dos hombres dentro que en aquel momento, estaban comiendo unos donuts. Alex paró su coche en el lado contrario al de los hombres, cogió nuevamente el móvil para comprobar que aquella era realmente la ubicación de Carla, y ciertamente ella se encontraba justo allí. Era un día caluroso, sin casi nubes en el cielo. Cogió las gafas de sol que había dejado sobre el asiento del acompañante, se las puso y salió del coche. Los dos centinelas se apresuraron a salir del vehículo antes de que él tocara el telefonillo de la casa.
        Buenos días caballero – dijo el más alto –, ¿desea algo de los propietarios de la vivienda?
    Buenos días – respondió Alex con aire de sorpresa –. Deseo hablar con Carla, Carla Sánchez – no sabía si estaba haciendo lo correcto.
        Necesitamos su identificación, si es tan amable – reclamó el otro compañero, un poco más bajo y más blanco de piel –. ¿Ella lo espero?
            Alex cogió la cartera que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón y buscó en su interior el documento de identidad. Se lo entregó y ellos tomaron nota de sus datos.
        No, ella no me espera, ¿me pueden decir a qué se debe tanto control, ha sucedido algo? – intentó saber, aunque aquellos dos agentes ni se inmutaron.
     Vamos a avisar a la señorita Sánchez de su presencia, aguarde aquí un momento –. El hombre más bajo quedó a su lado, mientras que, el que se parecía a Clint Eastwood se dirigió a la puerta y llamó al telefonillo. Tardó menos de un minuto y regresó hasta donde estaba él.
        Ha dicho que puede pasar – murmuró el primero con pocas ganas de seguir vigilando.
            Alex se dirigió hacia la entrada y vio que en el porche de la casa se encontraba Carla con cara de enfado. Estaba enfrascada en sus cosas y no esperaba ni deseaba visita, mucho menos a Alex. Se preguntaba cómo había dado con ella. Él cerró el portal y se acercó sigilosamente hasta la galería. Estaba vestida con un pijama de verano de color negro de seda y finas tiras, ajustado a su figura, con escote en forma de pico y remates en blonda. La miró con descaro al estar a su altura. La suave brisa revolvía el cabello ondulado.
        ¿Qué haces aquí, y cómo me has encontrado? – dictó sin saludo alguno.
        ¿Así recibes a tus amigos? – bromeó con una sonrisa pícara.
        En serio, ¿cómo has conseguido mi dirección? – no bromeaba, pues era consciente de que si Alex la había localizado, era muy posible que Paco hiciera lo mismo. Necesitaba una explicación veraz.
        No podía esperar tantos días para verte, además, me gustaría hablar contigo de unas cosas, que creo que son muy importantes – su encanto natural la desbordaba.
        Tengo poco tiempo, Alex, conoces el dicho que dice “el tiempo es oro” pues para mí ahora mismo sí lo es. Pasa, te invito a un café, pero eso, sólo un café, y rapidito – se lo dijo medio en broma, pues por un lado se alegraba de tenerlo allí, junto a ella, pero por otro no quería inmiscuirlo en sus problemas y necesitaba ese tiempo para planificar el ataque, conseguir un arma y librarse de los dos polis.
            Le hizo pasar hasta el salón, y se sentaron en el sofá de tres plazas tapizado en ecopiel. A sus padres les encantaba sentarse ahí, pues los asientos eran deslizantes y el respaldo reclinable. Para protegerlo de manchas y ralladuras, tenían sobre él un cubre sofá de tacto muy agradable y color púrpura, a juego con los cojines y el cubre mesa decorativo. En el tocadiscos sonaba en aquel momento el tema de Alejandro Fernández y Christina Aguilera, “Hoy tengo ganas de ti”. Ella rompió el silencio.
        Alex, antes que nada quiero saber cómo me has encontrado, y necesito que seas sincero – manifestó. En su voz se notaba inquietud y preocupación.
        ¿No ibas a invitarme a un café? – exclamó con voz de hechicero. Su rostro era atractivo, cautivador, interesante, lástima que tuviera tanta prisa, pensó ella.
            Presa de los nervios, se fue hasta la cocina, que estaba justo al lado, solamente los separaba una media pared recubierta con un papel decorativo con lunares, topos y confeti de color púrpura. Puso la cafetera sobre la placa de inducción y volvió a sentarse junto a él.
      No pienso hablarte más si no me contestas la pregunta que te hice – en su cara no había señales de alegría.
        Está bien, no te enfades – tenía toda la intención del mundo de hablar con ella, de contarle lo que había averiguado y de preguntarle qué era cierto y qué no, pero antes le apetecía tomarle un poco el pelo –. He conseguido localizarte a través del móvil, porque tú tienes el mismo modelo que yo, y éstos tienen una aplicación que se llama “encuentra a tus amigos”, que funciona como un GPS.
        ¡Dios, no lo sabía! – se levantó del sofá y se llevó las manos a la cabeza.
        ¿Qué pasa?
        Pasa que soy una confiada, y ahora cualquier persona puede saber dónde estoy – interpeló bruscamente.
   Cualquier persona no, solamente aquellos que tengan este mismo modelo. Ahora contéstame tú ¿por qué hay vigilantes a las puertas de tu casa?
            La cafetera les avisó de que el café estaba en su punto. Cogió dos tazones del mueble, las cucharillas, el azúcar y regresó a la sala.
        Déjame que lo sirva – dijo él, viendo que a ella le temblaban las manos.
   Puedo hacerlo yo – mantuvo. Él paseó la mirada suplicante por su esbelta figura, contemplando cada centímetro de su blanca piel, cada contorno, cada curva que aquel insinuante pijama dejaba entrever.
            El café estaba hirviendo, era imposible tomárselo así.
        Es una larga historia, que me llevaría una eternidad contártela – pronunció nostálgica.
        Bueno, yo no tengo prisa, así que dime.
     Hay un fugitivo muy peligroso que me persigue desde hace unos días, por eso me han puesto protección.
            Él la miró fijamente a los ojos. Estaba seguro de que lo que le acababa de contar era cierto. Carla no se atrevía a mirarlo a la cara, con miedo a que le pidiera detalles.
   Además de acercarme hasta tu casa para saber cómo te encuentras, he venido para preguntarte ciertas cosas que, seguramente tendrán mucho que ver con lo que me acabas de contar.
        ¿Qué cosas? – No le gustaban las preguntas.
      No sé por dónde empezar, la verdad – hizo una pequeña parada para pensar –. Desde la noche que quedamos para cenar, deduje que ocultabas algo muy gordo, algo que te inquietaba profundamente. Nunca hablabas de tu vida, siempre estabas a la defensiva y apenas dejaste datos sobre ti.
       Vale, y eso qué importa, todos tenemos nuestro pasado. No tengo que ir por ahí contándole a todo el mundo mis cosas.
    Ya, lo comprendo, pero déjame que continúe – y mirándola a los ojos siguió con su exposición –.  Después me dijiste que durante un tiempo no volverías al gimnasio, que debías resolver unos asuntos, siempre sin extenderte y con cierto recelo.
        Tenía y tengo mis razones – volvió a interrumpirlo.
        Cierto, tienes tus razones, pero yo no me podía quedar sin saber más, pues cuando alguien me gusta de verdad, me preocupo por ella, y yo sabía que a ti te estaba pasando algo delicado, algo que no puedes sobrellevar tu sola, pues esa carga parece bastante pesada.
        El café ya está bien – intercaló. Siempre había odiado hablar de sí misma, y tampoco le gustaba escuchar cómo otros lo hacían.
        He estado buscando información sobre ti en internet, sabes que ahí puedes encontrar todo lo que necesitas, y lo sé todo – Carla carraspeó.
      ¿A qué te refieres con todo? No soy ninguna modelo famosa, ni cantante ni actriz, no tengo fotografías comprometidas por ahí perdidas ni – se detuvo de repente, pues iba a decir que no había matado a nadie, lo cual era mentira.
        No te hagas la tonta conmigo, ambos sabemos de qué va el tema. He sabido que hace más de un año hubo un altercado en Santiago, creo que leí en el casco antiguo, muy cerca de la catedral, persiguiendo a un narco bastante peligroso.
   Basta Alex, no continúes – se llevó la mano derecha a la cara y frotó los ojos con insistencia. Estaba tan cansada de no dormir, de ocultar sus sentimientos hacia los demás, de fingir ser quien no era, de callar.
     Te lo dije aquella noche, Carla, no me asusto por cualquier cosa. Lo sé todo, y aun así, estoy aquí. Creo que te has mudado para olvidar y para evitar recordar aquellos hechos cada día de tu vida.
        Qué sabrás tú de mí – señaló inhóspitamente –, lo que has leído no es ni la mitad de lo que realmente sucedió, eso solo lo sé yo, nadie más. 
     Bueno, pues para eso estoy aquí princesa, para escucharte, para brindarte mi apoyo, mi hombro y mi amor. No me rechaces nuevamente – la tomó de las manos, masajeándole la parte superior con delicadeza.
        No necesito a nadie, lo que necesito es que me dejen en paz – de sus ojos cayeron gruesas lágrimas, partiéndole el corazón a él. Se levantó del sofá y se puso cerca de la ventana.
        Pues yo no he venido con esa intención, todo lo contrario – se acercó a ella y la abrazó por la espalda con suavidad, haciendo que se girara – ¿y esta cicatriz?
        En un accidente. Por favor, no lo hagas más difícil – susurró con un hilo de voz. Se refería a la cicatriz que se había hecho al descubrir a su compañero muerto.
        Necesito estar a tu lado. Desde que entraste aquella mañana en el gimnasio, no he podido dejar de pensar en ti. Me gusta cómo eres, sencilla, sincera ¡tendrás que confiar en alguien!
      Ya tengo en quien confiar, ya tengo personas que me quieren, y mucho, y que darían la vida por mí.
        Apuesto mi mano derecha a que estás hablando de tus padres.
     Pues sí, ellos siempre están ahí, para todo lo que necesite. Nunca me han fallado, en cambio yo a ellos sí.
        Pero no es lo mismo. Seguramente tú a tus padres no les contarás absolutamente todo, a veces por miedo a herirlos o por no preocuparlos. Admítelo, pues nos ha pasado a todos.
            Alex hizo que se diera la vuelta, quedando uno frente al otro. Con el brazo izquierdo rodeó su cintura, con la mano derecha tomó su barbilla y la elevó, observando así aquella mirada, triste y dolida. Con las palmas de las manos acunó su cara. Le acarició las mejillas con sus tersos dedos, el cuello, los labios. Necesitaba calmar el deseo de besarla, de apretujarla entre sus brazos, de sentir como ambas lenguas se convulsionaban en rítmicos movimientos, y así lo hizo. En cuestión de segundos, había pegado sus labios a los de ella, con ternura. Carla ansiaba tanto como él sentir el calor de su cuerpo varonil, de sus brazos, fuertes y fornidos, abrazándola con posesión, de su lengua recorriendo cada centímetro con tenencia, de forma audaz. Ya ni se acordaba de la última vez que había sentido todo eso. Presa de un deseo serpenteante, lo agarró por el pelo con tesón, devolviéndole cada beso, cada caricia. Su cuerpo se estremecía y amoldaba al de él, la respiración se entrecortaba. Con el paso de los minutos una oleada punzante se iba instalando en aquella zona ya húmeda y anhelante de placer.  Alex la condujo hasta el sofá, se sentó y observó el cuerpo perfecto y armonioso de Carla. Ella, incapaz de soportar por más tiempo las ganas de estar desnuda ante él, comenzó a despojarse de las dos reducidas prendas de ropa que llevaba. Él la contemplaba embelesado, sus ojos se clavaron sin remedio en los pechos perfectos. Se acercó a él y le quitó con celeridad la camiseta color miel, que cayó al suelo como la hoja de un árbol en pleno otoño. Se arrodilló y le besó el torso, le acarició los hombros, los brazos. Sus manos diligentes, gráciles, se posaron sobre su entrepierna, provocando en él olas de excitación. Alex agarró sus muñecas con desesperación, suplicándole que lo desprendiese de los vaqueros que en aquel momento tanto le importunaban, y ella lo hizo. Primero lo liberó del cinturón, después fue desabrochando botón por botón, hasta que se lo quitó premurosamente. A la vista quedaba una enorme protuberancia, que a pesar de estar bajo el calzoncillo, sobresalía grandiosamente. Ella le pasó la mano traviesa por encima, frotando la zona, formando círculos. Él gemía, aspiraba y suspiraba fuertemente. Instantes después consiguió deshacerse del slip, que cayó sobre la mesa de centro. Él la miraba con ojos lujuriosos, ella lo contemplaba con su mirada más viciosa. Carla se acuclilló sobre las piernas de Alex, tomó entre las manos juguetonas el miembro ardiente, rígido, dilatado, y lo masajeó insistentemente, excitándolo de una manera innegable. Los pechos de ella estaban erectos, clamando ser lamidos, chupados, examinados con primor. Consiguió sacarle una pequeña braguita de encaje roja, pudiendo llegar a la zona que tanto pretendía. Cerró los ojos como si aquello fuera un auténtico sueño. Sentir sus manos acariciándolo, sus labios recorriendo su piel, el calor de su sexo tan cerca implorando por el suyo, el aroma de su piel sudada, era más que lo que había soñado. Ella tomó entre sus manos su órgano viril totalmente excitado y, con voracidad lo introdujo en su zona más erógena, húmeda e hinchada. Ambos gimieron al compás, mirándose a los ojos seductoramente, una vez que él estuvo totalmente enterrado en su más profunda intimidad. Carla comenzó a contorsionarse aferrada a su cuello, disfrutando de cada movimiento, de cada sutil fricción, y buscando un ritmo cada vez más intenso y satisfactorio. Su cuerpo arqueado, parecía un cometa a la deriva, como un barco sin tripulación en un mar embravecido. Él aprovechó que tenía pegados los pechos de ella para saborearlos y succionarlos eróticamente, como un bebé con su chupete. Su mano se introdujo entre ambos y colocó varios de sus dedos en su región clitoriana, estimulándola eficazmente, con premura. Carla soltó un grito de placer, la sangre le circulaba muy deprisa y su respiración era entrecortada. Llegaron juntos al clímax, temblorosos, saciados, emitiendo gemidos entrecortados. Espasmos de placer recorrían sus cuerpos desnudos. Ella se dejó caer sobre el pecho de Alex, pudiendo sentir el rápido latir de su corazón. Él acarició su espalda con las manos todavía ardientes y hambrientas por descubrir cada recoveco oculto a su vista. Tenía la cabeza embutida en el hueco del cuello de Carla, pudiendo aspirar su cautivante perfume.
            Acarició su pelo rubio y le susurró al oído.
     No sabes la de veces que he soñado con estar así contigo – ella continuaba callada, deleitándose con el masaje que estaba recibiendo y, qué tanta falta le hacía –. Me gustaría saber por ti qué pasó en tu ciudad.
            Carla se movió incómodamente y se sentó a su lado, tapándose con el cubre sofás.
        Confía en mí, no te defraudaré – comentó él, pasándole la mano por las piernas.
        La palabra confianza me da miedo, me asusta – logró decir.
      Yo no soy como los demás, y te lo demostraré, solamente dame la oportunidad de estar a tu lado.
            Pasaron más de dos minutos hasta que Carla comenzó a hablar.
      Hace un año maté sin querer a un compañero – lo dijo mirándole a los ojos. Necesitaba comprobar su reacción a tal confesión –. Perseguíamos a un narco por las calles antiguas de la ciudad. Decidimos separarnos y en un callejón, pasó. Yo creí que era el traficante, iba armado y me había disparado anteriormente. No pude ver su cara porque era de noche, las luces públicas no funcionaban a esas horas y llovía a cántaros. Así fue como murió Sergio – respiró profundamente después de pronunciar su nombre –. Era una buena persona, cordial, amable, respetuosa. Lo peor de todo es que tenía familia – no pudo impedir que un séquito de lágrimas cayeran por sus mejillas sonrosadas y casi no podía articular palabra – y eso no me lo perdonaré jamás.
            A él se le rompió el corazón viendo como lloraba. Ella se tapó la cara con ambas manos. Se sentía avergonzada, pensando que él también la repudiaría por cometer un acto de esa envergadura.
       No te sientas culpable por ello. Tu misma has dicho que no lo habías visto o distinguido en la noche. Le podría pasar a cualquiera, incluso, podrías haber sido tú la caída y no él. Puedo entender que haya sido un momento difícil y espinoso, pero la vida continúa y tú no te puedes estancar en ese instante – explicaba, mientras la cogía de la barbilla y la coronaba de besos cariñosos.
   No hay excusa que valga. Me adiestraron para matar, pero también para distinguir las distintas situaciones, para saber cuándo, dónde, cómo y a quién disparar. Le he jodido la vida a una buena persona, y de paso la mía. No te molestes en decirme lo contrario porque no funcionará – hablaba muy rápido, como si se supiese el diálogo de memoria –. No te puedes ni imaginar lo que ha significado para mí este drama, no te puedes hacer a la idea de lo que he sufrido al ver una esposa rota de dolor y a unos niños huérfanos, preguntando por su padre, y no te puedes ni figurar, cómo me trataron los de la Comisaría desde entonces; incluso me han llamado asesina de polis. Hasta su esposa me ha insultado y culpado por teléfono  – hablaba entre sollozos, articulando de forma penosa cada palabra que pronunciaba.
      Ya pasó corazón, todo irá bien, te lo prometo. Cómo te dije anteriormente, y no me retracto de mis palabras, quiero que sepas que puedes contar conmigo incondicionalmente. Quizás éste no sea el mejor momento para decírtelo, pero me siento bien contigo, muy a gusto. Desde el primer día que te vi en el gimnasio, me sentí atraído por ti, y cuanto más te conozco, más deseo besarte y acariciarte – palabras que salían del alma.
            Él la acurrucó fuertemente entre sus brazos, deseaba aportarle tranquilidad y comprensión, al tiempo que con la manga del suéter que había cogido del suelo, secaba sus devastadas lágrimas. Carla se preguntaba cómo aquel chico, en tan poco tiempo, había conseguido que hablara del incidente y lo compartiera con él, algo inaudito en ella. Alex continuó la conversación.
        De ahí que estén esos guardias vigilando tu casa.
   Sí. El muy desgraciado ha conseguido escaparse, de camino a los juzgados, y ahora sospechan que vendrá a por mí, aunque yo no le tengo miedo, es más, deseo tenerlo de frente y acabar con él – entretanto hablaba, retorcía la manga de la camiseta de alex entre sus manos.
            El sonido del telefonillo los sobresaltó y les recordó que están desvestidos en el salón de la casa. Carla se levantó con rapidez y volvió a vestirse con el pijama de antes, se acercó hasta la cocina y contestó.
        ¿Quién es? – vaciló con voz enérgica.
      Es simplemente para saber si se encuentra bien, señorita Sánchez – contestó uno de los vigilantes al otro lado.
        Perfectamente agente, es más, el señor Vázquez ya se iba ahora, gracias – la interrupción sirvió para poner fin a aquel momento de turbadora intimidad que producía en ella excesivo desasosiego. Colgó el teléfono, se apoyó en la puerta de entrada y miró a Alex que se estaba poniendo el pantalón.
        Debes irte – anunció sin más.
       ¿Por qué? ¿ha pasado algo? – preguntó extrañado, pensando que la llamada al telefonillo era para avisarla de algo importante.
        No ha pasado nada pero debes irte ahora mismo – dijo de forma cortante y helada.
            Él se acercó a Carla con intención de abrazarla, pues continuaba excitado y con ganas de que la noche pasara lenta y pudieran disfrutar y gozar del deseo embriagador que los colmaba, ver las estrellas juntos y que un nuevo día amaneciera.
     Por favor, no lo hagas más difícil – rogó, mientras se quitaba un tirabuzón que tenía delante de la cara –. Esto no ha significado nada, simplemente nos deseábamos y surgió, pero nada más. Yo estaba estresada, agobiada – hizo una pequeña pausa para pensar qué más decirle para convencerlo de que no había continuación –. Ha estado bien, echamos un polvo, sí, pero ahí se queda.
        Para mí ha sido algo más, y creo que para ti también.
        Te equivocas, Alex. Ahora recoge tu ropa y déjame sola. Tengo mucho trabajo – exigió con autoridad y dándole la espalda.
    ¿Y si te digo que no quiero, que no lo voy a hacer? – quería ponerla a prueba, además, deseaba estar a su lado.
    No me obligues a llamar a los de afuera, porque si esto es un reto, no tengo problema alguno en pedirles que te inviten a abandonar mi casa – su rostro había cambiado totalmente, pasando a estar pálido y desencajado. Aquella sonrisa tímida y juguetona había desaparecido por completo. Ahora estaba seria, hermética e insondable.
            Se vistió, se calzó y se dirigió hacia la puerta de entrada. Puso la mano en el pomo para abrirla, pero se dio la vuelta para dejar claro su criterio.
        Me voy porque me lo pides. No me gusta estar donde no me quieren, y si para ti ha sido simplemente una aventura, pues muy bien. Por lo menos lo he intentado – ella se había sentado nuevamente en el sofá con los brazos cruzados y mirando hacia el suelo. Abrió la puerta y antes de que la cerrara de todo ella musitó:
        Estaré bien – dijo con torpeza.

            Alex salió de la casa cabizbajo. Los dos policías vestidos de paisano habían sido sustituidos por otros algo mayores, que lo miraron desafiantemente. Entró en su coche y se frotó fuertemente las cuencas de los ojos. No podía entender el cambio de actitud de Carla, después de los momentos placenteros que habían vivido. Creía que ella había sentido lo mismo que él, que había disfrutado con sus caricias, besos. Tampoco entendía por qué le había contado parte de la historia si al final lo había, como quien dice, expulsado de su lado. Se sentía lastimado y ofendido. Arrancó el coche y regresó a su apartamento ...

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