lunes, 30 de junio de 2014

UNA AVENTURA DE LO MÁS ERÓTICA (2ª PARTE)


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            Estuvo bajo las mansas aguas unos cuantos minutos, aunque no los suficientes como para aliviar su deseo. Ella seguía acurrucada en la manta, sin vestirse, observando cómo se acercaba, con el pene increíblemente erguido, algo que la impresionó sobremanera. En la novela había leído que cuando un varón se sentía atraído por una mujer, la primera reacción era que su miembro tomaba forma, pero nunca pensó que llegara a esos extremos. También había visto ilustraciones que en alguna ocasión, le habían producido un hormigueo en su vagina.
            Fredy se puso delante de ella, mirándola fijamente a los ojos.
        ¿Has visto lo que me has hecho?
        ¿Yo? – preguntó ella, sin entender.
        Sí, tu – se acercó a ella y se arrebujó bajo la misma manta, mirando el río sin mirar.
        Lo siento, no sabía que…… – se puso nerviosa ante el estado de su amigo.
        Bueno, esto ocurre cuando una chica provoca a un chico.
        Pero yo no lo hice aposta, es más, te pedí que te dieras la vuelta – susurró con voz graciosa.
        Pues tendrás que arreglarlo de alguna manera – dictó Fredy.
        No entiendo a qué te refieres – su ingenuidad la delataba.
        Necesito que alivies la presión que siento, el deseo hacia ti, por poseerte, por estar dentro de ti, por disfrutar de tu néctar – sonaba impaciente.
        Yo no sé hacer eso y no estoy preparada para ello, todavía no.
        Yo te enseñaré, si quieres, claro.
            Estiró un poco sus piernas y agarró con firmeza el pene, acariciándolo suavemente, sin dejar de contemplar el semblante de Isabela. Poco a poco fue incrementando los movimientos, más rápidos, precisos, gratificantes. De su boca emanaban gemidos que ella entendía a la perfección.
        Prueba en tu propio cuerpo – recitó con voz entrecortada.
        ¡Cómo! Mi cuerpo es diferente al tuyo.
        Solamente tienes que tocarte, y poco a poco verás como tu cuerpo reacciona a las caricias y te pedirá que introduzcas tus dedos en la vagina para calmar esa sensación loca y desesperada.
            Isabela lo hizo, al principio con cierto pudor, hasta que no pudo evitar gimotear y gritar de placer. Ambos cayeron rendidos en la manta, después de experimentar una primera sesión de sexo oral.

            Pasaron el día en aquel lugar, comiendo frutos silvestres para ahorrar las pocas provisiones que tenían. Habían decidido que al día siguiente intentarían pescar en el río. Para ello prepararon dos lanzas de madera, con la punta muy afilada.
            Para pasar la noche, hicieron una pequeña cabaña, con leña que fueron encontrando, helechos y otros matorrales que le sirvieron para la construcción de la misma, y  así cobijarse del frío nocturno. Hicieron un fuego para calentarse las manos y pasaron horas charlando sobre sus respectivas familias, lo que no les gustaba, lo que más odiaban y lo que les hubiera gustado cambiar si existiera esa posibilidad. Horas después, se acostaron sobre la sábana en la que ella había envuelto sus pertenencias. Estaban agotados y pronto conciliaron el sueño, aunque no les duró mucho tiempo, pues una manada de lobos comenzó a aullar muy cerca de ellos. Isabela estaba muy asustada y pensó que aquel sería su final. Fredy salió corriendo y aprovechó parte del fuego que todavía se mantenía, para rodear la choza. Su padre en alguna ocasión, le había comentado que esos animales le tenían pavor al fuego, a pesar de ser agresivos e intimidantes. Gracias a esa maniobra, consiguieron espantarlos, aunque a lo lejos se podía escuchar todavía sus aullidos. Estuvieron toda la noche despiertos, expectantes, sin poder pegar ojo.
            Por la mañana decidieron continuar con el viaje, río abajo. El caballo había descansado lo suficiente y a primera hora habían conseguido algo de pescado para el almuerzo. El día había amanecido nublado, aunque empezaba a hacer calor. Fredy le advirtió que debían darse prisa para llegar a una cabaña de pescadores que había a unas horas, pues se avecinaba una gran tormenta.
            Y así fue. El cielo comenzó a cubrirse de nubes grisáceas, que se desplazaban velozmente, y a lo lejos podían ver como caían relámpagos, iluminando la zona. Al fin llegaron a su destino, empapados hasta los huesos. Fredy llevó a Eros hasta una zona de cobijo mientras ella entraba en la cabaña y encendía el fuego para secar la ropa que llevaban de repuesto y la que tenían puesta. Fredy entró con el pescado lavado y lo puso sobre el fuego. Ambos tenían un hambre feroz. Mientras se asaban las truchas, fueron desvistiéndose, uno frente al otro, sin palabras, solamente miradas. Fredy volvía a estar sumamente excitado, su pantalón lo delataba. Un bulto considerable sobresalía del perfil de su cuerpo, y el simple contacto de su piel con la tela del pantalón lo hacía enloquecer, incrementando el hambre que sentía por devorar el sexo de Isabela. Ella se dio cuenta al instante, y le ayudó a sacarse el pantalón, pudiendo comprobar muy de cerca, la verga ardiente de su amante. La tomó entre sus manos con delicadeza y mimo, pasando los dedos por aquella piel suave y sensible. Los meneos se hicieron más rápidos, ocasionando momentos de furor. Ella estaba de rodillas, frente a él. Fredy la tomó por la cabeza y le guió su miembro hasta su boca, ella le pasó la lengua con primor, chupeteando la punta con deseo y pasión, ocasionando que llegara al éxtasis más absoluto. Él la tomó en brazos y la sentó sobre la mesa que había en el centro de la cabaña. Le subió las faldas e introdujo sus dedos hábiles entre los pliegues de una piel sedosa, húmeda y caliente. Ella gemía de placer, asombrada con lo que se podía lograr con los dedos de las manos en una zona tan íntima. Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, él retiró los dedos, y para asombro de Isabela, introdujo su boca, pasando la lengua de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda, formando círculos. Ella le pedía a gritos que no se detuviera.
            Después de esos minutos de gloria divina, se sentaron a comer las truchas.
        ¿Crees que nos estarán buscando? – rompió el silencio.
        Seguramente – contestó Fredy, pensativo.
        Yo no quiero volver, me gusta esto.
        No podremos escondernos toda la vida – aseguró con cierto aire de preocupación –. Algún día tendremos que dar la cara.
            Después se acostaron en una tarima de madera que había en una esquina del interior de la casa, abrazados, escuchando cómo caía la lluvia en el exterior.

            Por la mañana salieron temprano, querían aprovechar el día para alejarse lo máximo posible de aquellas tierras. Solamente pararon para comer frutos del bosque y algo de queso que llevaban en la alforja. Por la tarde llegaron a un lago del cual nunca habían escuchado hablar. Era un lugar mágico, con un agua cristalina, piedras en todo el contorno del mismo y unas magníficas sombras en la parte norte. Lazaron a Eros en la mejor zona para poder alimentarse y decidieron darse un baño. Ya no les importaba quedarse desnudos, uno frente al otro. En pocos días habían conocido el significado de las palabras erotismo, desnudez, intimidad.
            El primero en entrar en el agua fue Fredy, invitándola con las manos para que entrara ya. El agua no parecía estar tan gélida como la del río. Isabela, al comprobar la agradable temperatura, se zambulló de cabeza, dejando que el pelo le cubriera el rostro en su totalidad. En segundos, lo tenía pegado a su cuerpo, sintiendo el contraste entre la temperatura corporal de Fredy y la de las tranquilas aguas. Por primera vez sus labios se encontraron. Él la besó con pasión, con frenesí, agarrando con fuerza la cabeza de ella. Le encantaban sus labios carnosos, le gustaba sufrirlos sobre su cuerpo. Se estaba muriendo de las ganas de sentirse en su interior, aunque era consciente de que sería la primera vez para ambos, y tenía que ser muy especial, una ocasión para no olvidar. Sin embargo, fue ella quien, para la sorpresa de Fredy, colocó la mano sobre su pene, agudizando así, su locura interior. Su instinto animal despertó, la levantó y la colocó a la altura de sus caderas, pudiendo sentir en su vientre la excitación de ella. Con movimientos circulares, fue preparando la zona, no quería hacerle daño. Los dos necesitaban la acometida para paliar el fuego que los quemaba por dentro. Ella le clavaba las uñas en la espalda, clamando ser embestida.
        ¿Estás preparada? – le susurró al oído.
        Sí, lo deseo con todas mis fuerzas – manifestó ella.
        Quizá te duela algo al principio, pero si quieres que pare, sólo tienes que pedírmelo – al mismo tiempo estaba preocupado por ella.
        Mmmmmm, no pares y hazlo ya, te lo ruego.
            Un frotamiento más y se sumergió en el interior más puro de ella. Isabela soltó un pequeño quejido de molestia, más que de dolor, que con el paso de los segundos, desapareció por completo. Ella se inclinaba hacia atrás, disfrutando de la fricción de ambos sexos, de cada empuje que recibía, hasta que el éxtasis nubló sus ojos, produciendo espasmos, dejándolos agotados, sin fuerzas.
            Regresaron hasta donde habían dejado sus cosas y se vistieron. Estaban hambrientos y tenían que buscar alimentos, pues las reservas se estaban agotando.
            Resolvieron salir a caminar por la zona, en busca de algo que valiera la pena, con tan buena suerte, que a menos de un kilómetro encontraron una casa de madera abandonada. Se acercaron con cuidado y tocaron en la puerta, pero nadie les contestaba ni les abría. Fredy entró con mucho sigilo, mirando hacia todos los lados. Parecía llevar mucho tiempo abandonada. Los muebles estaban cubiertos de polvo, las tablas del suelo crujían y había telarañas por todas partes. En una de las paredes de lo que debía ser un salón, había colgadas distintas fotografías enmarcadas. Isabela se acercó para ver mejor, y comprobó que los habitantes de esa casa habían colocado las fotografías de forma que podías comprobar los cambios físicos, por el tiempo, que experimentaron los fotografiados. Subieron a la planta de arriba y comprobaron que había tres dormitorios y una pequeña salita. Salieron nuevamente al exterior, y en la parte trasera había un establo en el que encontraron sacos llenos de semillas y una gran extensión de tierra para trabajar.

            De regreso hasta dónde habían dejado sus enseres y el caballo, debatieron si instalarse en la casa, por lo menos hasta que aparecieran los dueños. Ambos estuvieron de acuerdo en tomarla prestada. Trabajarían las tierras, cultivarían productos para poder alimentarse y formarían un hogar, lejos de sus familias. Con el tiempo, tenían pensado hacerles una visita. Cuando llegaran los hijos.

Sandra Ec

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