sábado, 28 de junio de 2014

UNA AVENTURA DE LO MÁS ERÓTICA (1ª parte)


            Isabela leía una novela erótica, sentada en la mecedora de su habitación. La había encontrado en la biblioteca de su casa, escondida dónde su padre guardaba ciertos libros que no quería que los demás supieran de su existencia. Un día vio como se sonrojaba, sentado en su sillón favorito, tras el escritorio, y después lo ocultaba detrás de otros.
            El amor por la lectura lo heredó precisamente de él, aunque no le interesaba la literatura tan aburrida que ellos le obligaban a leer, ella disfrutaba leyendo los libros prohibidos.
            Su dormitorio era el lugar preferido para disfrutar de aquellos momentos tan íntimos. Se sentaba en una butaca o en su mecedora de madera de nogal, tapizada con una tela de terciopelo estampada, al lado de un gran ventanal con coloridas cortinas. La cámara era espaciosa, con techos muy elevados, una cama con un mullido colchón cubierto con un cobertor de color blanco roto, más alta de lo normal, cuya madera estaba tallada a mano, al igual que el resto de los muebles. Sobre el arcón, también de madera, que contenía parte de su modesto vestuario, había un espejo vertical, en el cual se reflejaba mientras leía sus libros preferidos.  
            Aprovechaba cuando sus padres y hermanos salían a dar un paseo a la ciudad. Ella se escapaba al campo, disfrutando de las praderas floreadas. Le gustaba ser libre, en todos los sentidos. Su familia era demasiado formal y burocrática, como casi toda la gente que la rodeaba. Sin embargo, a pocos metros de su caserío, vivía Fredy, un chico de su misma edad, y con sus mismas inquietudes. Era despierto, ávido y con ganas de comerse el mundo, y de paso, lo que se le pusiera por delante.
            A Isabela le gustaba mucho Fredy. Llevaba siempre unos pantalones de tergal ajustados a las piernas, y la camisa abierta, dejando entrever el vello que le cubría el pecho. Muchas veces lo espiaba cuando él estaba desnudo de cintura para arriba, principalmente en las ocasiones en que tenía que cortar leña con un hacha, en el patio trasero de su casa. Fredy sabía que ella estaba observándolo, con mirada apasionada, pero nunca le había dicho nada.
            La novela iba de una pareja cuya familia no deseaba que estuvieran juntos. Ellos, a pesar de las dificultades, las prohibiciones y el miedo que sus progenitores le habían grabado en sus mentes, dieron rienda suelta a su amor, y en la noche de San Juan escaparon juntos. Muchas veces deseaba ser aquella chica, atrevida, libre, sin pudor. Cuando leía, miraba su figura reflejada en el espejo y no le gustaba lo que veía. El pelo siempre lo llevaba atado en un moño alto, y su indumentaria era insípida, obviamente elegida por su madre, una mujer de armas tomar, con una gran devoción religiosa, autoritaria y con semblante duro, de la cual nunca había recibido una caricia, un beso de buenas noches.
            Por las noches, soñaba ser Sisi, la protagonista, con aquellos vestidos vistosos, con unos escotes en forma de barco que dejaban ver los senos sonrosados, sobre los que caía parte de sus cabellos desmelenados por la brisa, mientras galopaba sobre un purasangre. Se sentía incómoda con su indumentaria cotidiana, enagua sobre enagua, medias ocultando sus piernas esbeltas, encajes ostentosos ocultando la parte más hermosa de una mujer, su pecho.
            Mientras, Fredy se sentía gratamente atraído por ella. Notaba en su mirada el deseo de vivir aventuras, de salir de lo cotidiano y aburrido que era su círculo habitual, el de ambos. Las demás chicas del contorno disfrutaban yendo a fiestas, en las cuales los varones cortejaban a las mujeres más jóvenes. Isabela evitaba ese tipo de acontecimientos, y si en alguna ocasión se veía obligada a acudir, buscaba la manera de espantar al pretendiente.
            Muchas veces habían hablado a escondidas, pues sus familias no permitían un trato directo y personal. Siempre debía haber un adulto entre la pareja para mediar la conversación y no permitir que fuera a más. Sin embargo, ellos sabían cómo escaparse, y se encontraban en el granero o en las cuadras de caballos, uno de los lugares preferidos de Isabela.
            Allí conversaban, largo y tendido, sobre las cosas que les gustaría hacer y no podían llevarlas a cabo, sobre lo indignante que era tener que seguir unas normas inútiles y rancias y, sobre lo que les gustaría hacer en un futuro no muy lejano.
            Un día, Isabela fue castigada por no obedecer a su padre. Él quería que acudiera a una cena que darían unos amigos, para inaugurar la temporada de verano. Ella se había negado, diciendo que no necesitaba marido, que lo único que quería era vivir su vida y conocer de forma totalmente abierta y espontánea a un hombre que realmente la quisiera, y no por su dote. Sus padres estaban indignados ante tales comentarios. Además de castigarla en su habitación sin salir, le advirtieron que de una forma u otra, acudiría a la reunión.
            Estaba indignada, y bajo ningún concepto tenía pensado obedecer a sus progenitores. En la hora de la siesta, mientras todos dormían en sus aposentos, se calzó unas zapatillas cómodas y poco ruidosas, y salió de su dormitorio sin hacer ruido. Caminó durante minutos por los campos de centeno, hasta llegar a un chopo, muy cerca de la casa de su amigo y confidente. Se sentó bajo su sombra y sacó de debajo de su mantilla el libro que tantos sueños le quitaba. Iba por la mitad justamente cuando ellos ya se habían fugado y disfrutaban del amor, lejos de todos aquellos que intentaban separarlos.
        ¡Hola!
        Hola – contestó Isabela con un tono de voz desanimado.
        ¿No se supone que deberías estar reposando en tu casa? – preguntó Fredy.
        Me he escapado.
        ¿Qué has hecho ahora? – quiso saber él, pues la conocía demasiado bien e intuía que había sido algo grave.
        ¿Qué qué he hecho yo? – dijo molesta –. Más bien, pregúntame qué quieren que haga.
        Vale, entonces contéstame ¿Qué quieren tus padres que hagas, en contra de tu voluntad?
        En dos semanas comienzan los bailes, y ya sabes lo qué significa eso. No pienso ir. ¿Tú irás?
        No me han comentado nada, pero seguramente, y la verdad, no me hace ni pizca de gracia. La última vez que me negué a asistir, recibí diez azotes de mi padre.
        Me fugaré – contestó Isabela con voz decidida.
        ¿Cómo?
        Lo que has oído, voy a fugarme, sea a donde sea, pero no pienso quedarme aquí, viendo cómo algunos toman decisiones por mí.
        Pero, ¿Adónde?
        Pues no lo sé, pero ya se me ocurrirá algo, a no ser que quieras acompañarme – espetó con voz insinuante.
        Ojalá pudiera darte lo que tanto anhelas. Un hogar, una posición, unas comodidades, pero provengo de una familia humilde y sabes que tus padres nunca me aceptarían.
        Tonto, lo que he pretendido decirte es que me gustaría huir contigo, lejos, dónde nadie nos conozca y visitar lugares hermosos, con encanto, igual que Sisi – mientras hablaba, contemplaba el cielo azul.
        ¿Y quién es esa tal Sisi? – preguntó, ingenuo.
        Sisi es la protagonista de una novela que estoy leyendo – la sacó de debajo de sus faldas –, de esta novela.
                        Fredy la tomó en sus manos y ojeó algunas páginas. En su interior había ilustraciones, muchas de ellas eróticas. Miró a su amiga con picaresca.
        Esta misma noche lo haré, no pienso esperar más.
        De acuerdo, iremos juntos. Espero que no te arrepientas – la observó por el rabillo del ojo.
        Seguro que no.
            Regresó a la casa, antes de que todos despertaran para tomar el té. Unas gotas de sudor resbalaban por su rostro, fruto de la excitación. En su habitación, buscó en el arcón algo de ropa, lo más cómoda posible, y la envolvió en una sábana que arrancó de su cama. También consiguió algo de dinero y víveres.
            Su padre era siempre el último en acostarse. Tenía por costumbre leer durante un buen rato en la biblioteca, cuando ya todos dormían, al tiempo que se tomaba una buen vaso de whisky escocés.
            Esperó hasta medianoche, acostada sobre las mantas, hasta que todas las velas se apagaran, y escuchar el portazo de la puerta del dormitorio de sus padres. Una vez se produjo, recogió todo lo que había preparado y salió de puntillas, sin mirar hacia atrás, sin pesar.
            Fredy la esperaba en los establos, pues cogerían uno de los caballos para huir. También llevaba sus cosas envueltas en una manta, y un abrigo de lana por si hacía frío por el camino. Cuando se encontraron, sintieron cómo si una nueva vida les esperara, una vida llena de alegrías, sorpresas y emociones.
        ¿Preparada? – vaciló Fredy.
        Desde luego que sí, vayámonos lo antes posible, no vaya a ser que el encargado nos escuche y vaya con el cuento a mis padres.
            Eligieron el caballo más veloz y resistente, llamado Eros, con gran porte, una pequeña crin y al que Isabela tenía mucho cariño desde niña. Primero su subió Fredy para ayudarla a ella a acomodarse delante de él.
            La noche era estrellada y tranquila. Decidieron ir por medio de los bosques, para evitar encontrarse con alguien que los delatara.
            Cabalgaron toda la noche en silencio, pues todos sus sentidos estaban en alerta. Por la mañana decidieron hacer una larga parada. Amarraron al equino en una zona donde pudiera pastar y ellos se acercaron al río para asearse.
        Date la vuelta – le pidió Isabela.
        Qué más da, no me asustaré – contestó él, aunque ardía por verla desnuda.
        De todas formas, prefiero que te vuelvas.

            Él obedeció sin rechistar. La chica se despojó de su ropa, dejándola sobre una pequeña roca que había en la orilla y poco a poco, se fue introduciendo en el agua, fría como el hielo. Dos minutos después salía tiritando. Su cuerpo estaba demasiado mojado como para ponerse nuevamente la ropa. Fredy se ofreció a acercarle la manta que había cogido de su dormitorio para cubrirla. Ella le pidió que lo hiciera con los ojos cerrados. Cuando estaba a escasos metros de ella, no pudo evitar abrir sus ojos de color avellana, para contemplar una piel blanca como la nieve, pura, hermosa. Isabela había tapado con la mano derecha la zona genital y con la izquierda sus senos, aunque había sido demasiado tarde. Abrió la manta y la cubrió, frotando con las manos los brazos de ella, pues sentía que estaba congelada. Una vez que vio algo de color en el rostro de ella, se desnudó sin pudor y se zambulló en las heladas aguas del río. Su miembro viril estaba excitado, y necesitaba desahogo...............

Sandra EC
 

2 comentarios: