miércoles, 11 de junio de 2014

REFLEXIONES DE UNA MALA NOCHE


         ¡No podía creer lo que había ocurrido! Estaba casi segura de que era él, o eso pensé. Llovía a cántaros y la oscuridad se apoderó de mis ojos empañados. Lo tenía a tiro y no dudé en descargar mi arma sobre su cuerpo.
         Habían sido muchas las noches tras él, unas veces vestidos de paisanos, en otras ocasiones disfrazados, divagando por bares y locales que abrían hasta muy tarde, mezclándonos con gente mezquina, criminal, noctámbula. Nuestra Comisaría necesitaba un reconocimiento, una medalla, pues llevábamos bastante tiempo sin detener a individuos relevantes, con un currículum más que notorio. Además, el Comisario nos lo había dejado bien claro: “de esta noche no debía pasar”.
         Quizá fueran mis ganas de meterlo entre rejas las que me llevaron a cometer semejante error, o tal vez, la impotencia de sentirme sola teniéndolo tan cerca. Yo era una persona que sabía controlar sus emociones, pues, por desgracia, había visto muertos muy a menudo, personas ensangrentadas, mujeres y niños víctimas de violaciones, ancianos agredidos; pero cuando me di la vuelta y lo vi, tras de mí, con aquella sonrisa burlona, homicida, cachondeándose de lo que acababa de ocurrir, me dio un bajón, y me desmayé, rendida sobre aquellos adoquines fríos, húmedos. La lluvia caía incesante sobre mi cuerpo desfallecido, calando hasta mi ropa interior, perforando mis huesos, arrugando mi piel visible.
         No podía creer que hubiera hecho tal cosa, después de todas las clases físicas y psicológicas, todo el entrenamiento, la formación y los años de experiencia que, aunque no eran muchos, sí los suficientes como para aprender de los errores y poner en práctica todo lo estudiado anteriormente.
         No podría decir con exactitud el tiempo que estuve allí, tendida, vulnerable, pegada al cuerpo exánime de Sergi. Estoy segura de que si hubiera querido matarme, lo habría hecho, pues estaba a su entera disposición, incapaz de defenderme. Seguramente pensó que sería mayor su venganza de esa forma. Había disfrutado con la escena, con mi cara asustada, sorprendida, abrumada. Había sido su mejor trabajo, sin duda. Abatir a un agente y dejar a otro bien tocado, sin manchar sus propias manos de sangre, sin ningún trabajo o esfuerzo. Sólo le había faltado filmarlo y colgarlo en las redes sociales.
          Cuando me desperté, estaba aturdida y tenía mucho frío. Mi cuerpo tiritaba, la cabeza me daba vueltas y vueltas, igual que cuando montas en una noria. Tenía una brecha en la frente, de la cual emanaba una considerable cantidad de sangre que conseguía penetrar por mis labios y se mezclaba con la saliva. Una sensación que me recordaba mi niñez, cuando me había caído de la bicicleta y me había roto dos dientes. Escuché sirenas que se iban acercando. Levanté la vista y pude comprobar que dos hombres me observaban con inquietud. Ni sus caras ni sus voces me eran familiares. Supuse que serían vecinos que habían escuchado algo extraño y habían salido de sus domicilios o de los locales cercanos para curiosear. Quise mover el brazo derecho pero no lo conseguí, posiblemente me lo había fracturado. De nuevo volví a perder el conocimiento, aunque sí podía escuchar más voces y ruido de teléfonos móviles. Alguien me hablaba, insistía en que moviera alguna extremidad.
         Otro tipo de sirenas, distintas a las anteriores se aproximaban con urgencia. Más gente cerca, hablando con un tono alarmado, preocupado. ¿Qué ha ocurrido? Yo deseaba abrir los ojos, levantarme, hablar, preguntar por Sergio. Imposible, nada respondía a mis órdenes internas.
         Escuché decir, ¡Aquel está muerto! No podían estar hablando de mi compañero de oficio, me negaba a creerlo.
         Me tomaron en brazos y sentí que mi cuerpo era acomodado en una camilla. Lo supe por la estrechez y el olor a fármacos que desprendían las sábanas. Presionaban fuertemente mi frente, para parar la hemorragia. Lo cierto era que ya no sentía dolor, solamente tenía ganas de dormir.
         Nuevamente una voz hercúlea rondaba infatigable a mi izquierda <<¿Cómo se encuentra? ¿Se recuperará? ¿Es grave?>> Estaban todos allí, rodeándome, preocupándose por mi estado. Me pusieron una mascarilla de oxigeno que alivió un poco mis ahogados pulmones. Creo que mi corazón también lo había agradecido, aunque a mí, realmente ya me daba igual. En cuanto despertara, no podría cambiar lo acontecido. Ojalá pudiera hacer un truco de magia, cubrir a Sergio con una sábana oscura, darle tres toques con mi varita y ¡tantatachán!
         Me introdujeron en un vehículo, intuí que debía ser una ambulancia, pues había percibido claramente los sonidos tan característicos que emiten en momentos de emergencia sanitaria. El pavimento adoquinado no ayudaba nada, mi cuerpo se tambaleaba de un lado a otro de la camilla. Sentía un fuerte dolor en el pecho, algo me oprimía y no podía respirar ¡Dios, hazlo ya, acaba con este calvario de una vez!
         Percibí nuevamente unas manos enfundadas en látex sobre mi carne. Gritaban ¡la perdemos! Me retiraron la mascarilla y soplaron aire en mi boca, tomaron mi muñeca derecha, localizando la arteria radial durante un minuto, me masajearon el pecho a la altura del esternón. Vuelven a gritar ¡La tenemos!
         No sé por qué se habían molestado tanto, si a mí me daba igual. Prefería que el tiempo y los medios que invertían en mí, se los ofrecieran a mi compañero, que igual no estaba muerto, solamente inconsciente. Quizá no apunté bien, quizá se giró un poco y la bala simplemente le pasó rozando.
          Sentí que la ambulancia se paraba, escuché el ruido de las dos puertas traseras abrirse y cómo me sacaban del habitáculo medicalizado. Intuí que habíamos llegado al hospital de la provincia porque los médicos que me acompañaban están informando a los internos de todo lo que me habían suministrado por vía intravenosa ¡Esta herida tiene muy mala pinta!
         Seguro que tenían cosas más importantes que hacer. Quería suplicarles que me dejaran así, no deseaba seguir viviendo, no sería justo, aunque me hubiera gustado despedirme de mis padres y contarles la verdad. Volví a sentir sueño, ojalá fuera el final. Quizá me estuviera dirigiendo al más allá y pudiera encontrarme con el compañero al que le arrebaté la vida sin razón evidente. Quizá me perdone y pueda descansar con la conciencia tranquila.


SANDRA EC

1 comentario:

  1. Hola: Interesante blog de relatos impactantes y reseñas. Ya te sigo, y me pasaré por aquí de vez en cuando para leer lo que escribes. Saludos

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